Reloj encontrado entre los escombros de una casa en ruinas
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El País:
Los premios, habitualmente, señalan diferencias. En el caso de Artefactes. O paseante anónimo encuentra un libro, las diferencias ya estaban marcadas. Por su origen, sus formas y su eterno final. El Ministerio de Cultura ha otorgado al cuento, editado por Kalandraka, escrito e ideado por José Antonio Portillo e ilustrado por Carmen Puchol, el premio nacional al libro infantil mejor editado de 2003. Toda una sorpresa, para algunos, ya que fue un proyecto rechazado por algunas editoriales. Éste fue el primer libro tanto para su creador como para su ilustradora, pero ambos han publicado ya un segundo proyecto, Reloj encontrado entre los escombros de una casa en ruinas, editado también por Kalandraka. Este trabajo forma parte de un proyecto más ambicioso, titulado El museo del tiempo, que fue presentado la semana pasada en el Centro Cultural de Belem, en Lisboa.
Artefactes nació como material escolar con la perenne intención de Portillo, en su ahora aplazada labor como maestro, de incitar al niño a la lectura y la escritura. Pero sin “someterle” a la hoja en blanco, sino dándole palabras en las que apoyarse. En su afán por destacar la importancia de la narración, sustenta el hecho de que la mayoría de las personas recuerdan a los “profesores que narraban bien, ya fuera matemáticas, geografía o cualquier otra materia”. Artefactes también nació con el objeto de “escuchar” a los más pequeños porque, según el autor, “tienen muchas historias que contar y sólo hace falta querer escucharles”. Después pasó a formar parte de un exposición que recorrió varios espacios en Europa, como el Royal Festival Hall de Londres, destinados a las artes plásticas, en forma de esculturas y de artilugios para crear historia, y también llegó a la Biblioteca Valenciana. El tercer paso llevó el artilugio al teatro, de la mano de Albena Teatre, previo paso por el Teatro Strehler de Milán, cuando Carles Alberola y Toni Benavent creyeron en el proyecto. Al final se convirtió en libro, huyendo de los clásicos catálogos de un espectáculo teatral que tampoco era ajeno a la originalidad. No en vano, la pieza de Albena logró el premio al mejor espectáculo infantil de las Artes Escénicas de la Generalitat y fue nominado a los premios Max en la categoría de espectáculo revelación.
Portillo tuvo, desde el principio, muy claro lo que quería, tal como lo confirma su ilustradora, Carmen Puchol. Quería una caja, por el interés que los niños le habían demostrado por los elementos “cerrados”, quería un libro y quería atestiguar, de alguna forma, la “realidad” de lo que contaba. Además, quiso ofrecer, que no imponer, una imagen de su relato y que el final del cuento fuera infinito. El resultado de todos sus deseos se concentró en una caja con un libro, un cartón con instrucciones y una bola de papel impreso. Las ilustraciones se muestran después de ofrecer el texto, de manera que el niño puede imaginar primero, y tienen forma de fotografía pictórica, con la intención de otorgar “credibilidad” a la historia en un juego entre la ficción y la realidad. De hecho, Portillo, cuando habla de la historia, siempre deja abierta la puerta de la posibilidad real de lo contado.
Artefactes exige al lector, ya que no trata sobre un discurso convencional, ni lineal, ni único. Obliga a reescribir una historia original a partir de unas pistas tan tenues como las palabras contenidas en una aparentemente vulgar bola de papel que ha de mirarse con lupa. El relato y el hallazgo se sitúan en la playa de Benicàssim y unas letras de esperanza, aunque también desbordadas de soledad y tristeza, abren la puerta a la reconstrucción de unos hechos y, con ello, de un mundo. El círculo se cierra sin que el autor intervenga. Quien tiene Artefactes en sus manos es dueño de la memoria de millones de destinos, salvados paradójicamente por el caprichoso azar de las corrientes marinas. Y dueño de la magia encerrada en una caja.
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